martes, 31 de enero de 2012

Capítulo VII - El principio de la dependencia.


                                      



   “Y si mi vida fuera una escalera, me habría pasado la vida esperando el siguiente escalón convencido de que me estarías esperando en el tejado”

    Cruel verano, sale del trabajo, de nuevo el subte, de nuevo las apoyadas, de nuevo el olor a sudor y demás olores nauseabundos que son característicos del pasaje urbano y la falta de espacio. Creía que se desmayaría, era demasiado el calor, en la tele la térmica alcanzaba los 39 grados, en el subte seguro serían 50, ella estaba con la pollera y la camisa con la que solía ir a trabajar, pensaba en que de tener dinero, que lindo sería tener un auto, sin tener que mantenerlo, claro está.

    Llega a su casa, la recibe el administrador del edificio de donde vive, por suerte pagaba poco y nada por el alquiler, le giraba dinero a u tía y ella no lo estaba usando. 
    Se detuvo en recordar un hecho como si fuera presente, el momento que su tía decidió brindarle el departamento, pensaba que debió haberle visto cara de gallina degollada, era raro que su tía cediera en lo económico. 
    El hombre la miró con cara de tristeza y le informó de la falta de luz, abrió la puerta del edificio y entró junto con una vecina que había llegado del super, no saludaba, era muy hermética, tal vez saturada de razones.

   Subió por escaleras hasta el departamento, eran sólo cuatro pisos pero con el agotamiento que tenía parecían diez, abrió la puerta, tenía tres llaves y le temblaban las piernas, la última parecía imposible, hace tiempo sabía que no debía cerrarla, pero por extraños motivos lo hizo  justo un día de infierno.
   Un vecino, un hombre que siempre tenía buena onda, un tanto greñudo por cierto, se acercó y le preguntó si necesitaba algo, ella asintió y al fin pudo abrir la puerta.
    El departamento ardía de calor, todo cerrado por seguridad, era contra frente  y no tenía balcón, al menos dos ambientes y medio compensaban el encierro, un tamaño la mayor al común de los departamentos del edificio. Se dedicó a abrir las ventanas, !No se aguantaba estar ahí!, no se podía quedar, además del componente de ser Viernes. ¡Por fin Viernes! Tenía que inventar una excusa para salir, ¿Su admirador secreto? No, seguramente era demasiado pronto, mejor llamaría una amiga y propondría una fuga mutua.
  
    Revisó su agenda, apenas quedaban algunas solas, cuando estaba en pareja compartía mucho con sus amigas casadas a las cuales  ahora no era capaz de encarar para un encuentro de distensión, menos a aquellas que están de novias. Pensó en dos. Ambas igual de densas, insoportables pero ya sabía que sería el costo de la salida. Si se le daba por ponerse melancólica tendría a quien mandarle mensajes y recibir alguna respuesta dulce, se afirmó, hoy saldría.

    Tomó el teléfono de su cartera, quedaba poca batería, apenas para una llamada o dos, quedó con una de sus amigas, quién llamaría a la otra para ver dónde harían la previa conjunta al festival de libertad. Una vez hecho eso fue a su vestidor, no sabía que ponerse, nada le gustaba hoy, mejor le pediría prestado a alguna conocida.

    ¡Ring, ring! el teléfono, dos mensajes casi al mismo tiempo, uno de su amor invisible, el otro de su amiga diciendo que se encontrarían a las diez en su departamento, que fuera sin cenar. Por suerte para todo esto eran casi las nueve, cerró todo el departamento, con pesar y preocupación, ya no veía nada, salió del departamento sólo cerrando una llave, linterna en mano, no sabía cuándo volvería la luz.

    Tomó un taxi, no se sentía tranquila yendo en colectivo, llevaba dinero para comprar bedida y no le sobraba nada, era casi fin de mes, el taxista la dejó en la esquina del departamento de su amiga, le preguntó toda su vida, parecía un pajuerano desagradable, ella respondía algunas preguntas y a regañadientes. Pagó y se bajó a penas saludando, no era de su agrado aquel hombre, afortunadamente en lo de su amiga había luz, tocó el intercomunicador, su amiga apareció casi de la nada, esta vez más rubia de lo normal, ya estaba abusando con la peluquería.
    Entraron al departamento, estaba helado, esa maldita costumbre de poner el aire a lo que da, siempre se lo criticó pero jamás fue escuchada, ya le daba algo de risa el tema, quedaron en ir a comprar bebidas al supermercado chino, parecía que no cerraba nunca.
    Compraron todo bebida y alguna porquería para comer, ella mandó un mensaje a su amor invisible preguntando como estaba, la respuesta fue casi inmediata, yo bien, ¿Vos que hacés?
     Le dijo la verdad, no necesitaba mentir, a pesar de todo se sentía en algo y no iría de levante. 
     Con la ropa ya prestada, se veía bien, el escote le sentaba, estaba feliz, esta noche sería una Diosa, ¿Sino para que tantas horas de gym? Sus amigas eran infartante, a veces algunos muchachos les preguntaban cuanto cobraban, demasiado llamativas para los ojos, por momentos realmente se brindaban a la confusión. 
     Comieron, tomaron, se reían, la conversación sobre hombres se tornaba incómoda,  pero ahora se sentía segura y nada la molestaba.
     Concordaron ir a tomar algo a una populosa zona llena de bares, de paso hacían tiempo, una de las chicas tenía pase gratis en un boliche caro. Esperar era la opción.
      En el bar tras algunas cervezas, el alcohol les agregó color a las mejillas, todo daba gracia en las mesas de afuera del local donde estaban ellas. Un plástico las separaba del sofocante ambiente de la ciudad, todo era excelente.
      Demasiadas parejas en el ambiente, una le resultó llamativa, eran dos parejas sentadas en un bar contiguo, observando con atención la mala noticia se hizo evidente ¡Era su ex! y su nueva novia, siplemente quiso morir. Comenzó a mandar mensajes con el ánimo de auxilio casi trágico, se le acabó la batería, le pidió el teléfono a una amiga, cargó su chip. Cuando más lo necesitaba, él llamó.
      Una sensación cálida le recorrió el cuerpo, nunca más agradecida, él y su amiga, el complemento para poder escapar de una escena de terror. Las quería más, sentía la contención.
      Entre risas y abrazos, con esforzado equilibrio en los tacos y desequilibrio propio del alcohol, fueron al boliche.
      Las dejaron entrar a pesar de la impronta etílica gracias a que su amiga era realmente VIP, entraron al boliche, una música ochentosa renovada, no importaba, sólo quería bailar y divertirse, tenía a las mejores amigas del mundo.
      A las tres y media una de sus amigas mezclaba sus besos con vete a saber quién en un rincón, ella aún recibía los mensajes de su amor invisible. Mensajes, la amistad y un daikiri, riendo de todo no sabía si bailaba bien o mal pero ella se sentía bien.
      Los que se iban acerdando rebotaban drásticamente. Con ella por el mal humor, con su amiga por una simple cuestión de no perder reputación en la Disco.

      Llegada las seis de la mañana fueron en taxi al departamento, se moría por un baño pero no tenía las fuerzas, a las cuatro al teléfono de su amiga llegaron los dulces sueños, se repartieron dos en la cama y una en el sillón.
      A las doce del mediodía despertaron, se turnaron para darse una ducha, luego cada cual iría a su casa, resaca mediante.


                                                                    Laura L.G.




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