jueves, 2 de febrero de 2012

Capítulo VIII‏ - Nos vimos.



   Tomó su cabeza y sintió el impacto de los recuerdos, la angustia se adueñó de todo. Los colores negros, grises brotaron por doquier, tuvo que dejar de sonreir. Giró de izquierda a derecha, dos brazos lo sujetaron, su voluntad luchó contra tenazas que lo amarraban a las sábanas apenas esparcidas sobre el colchón, era su lucha de todos los días.

   Espero no extrañarte, espero no rendirme a vos, no quiero decir que sos la conjunción de una belleza idealizada, no quiero que me digas que no existen ideales porque entonces te voy a sentir posible. Si te siento posible te voy a querer alcanzar y si luego no puedo hasta las cosas posibles se me van a sentir imposibles y va a doler, doler por incrédulo, porque a mi edad lo crédulo duele más, porque aunque no me miren uno piensa que todos lo hacen. 

   Una silla, un retoño de amor de cuerpo voluptuoso debatiendo su credulidad.

   Por la ventana se veía con claridad una perra famélica rompiendo la bolsa de residuo, evidentemente los recolectores no pasaron, en dos patas rasgaba con su hocico la parte inferior del plástico, los desperdicios, el hocico, la necesidad, sus costillas floreciendo como exposición firme de su miseria. 
   Observaba con impavidez, el cristal del vidrio demasiado nítido que comenzaba a oscurecerse con los párpados de la indiferencia. 
¡Grrrrrrr! con fuerza se escuchó, miró, indudablemente tuvo que mirar, la perra casi desarmada, parapetada entre sus patas posteriores, pellejo y huesos, yacía acorralada por cuatro canes machos, no iban a pelear por los derechos al banquete del desperdicio, sus orejas paradas, sus colas erguidas y moviéndose lentamente delataban actitudes reproductivas.
   Desprotección o simplemente la necesidad de por un momento sentirse nuevamente héroe lo hicieron reaccionar; tomó el primer objeto a disposición que pudiera servir de elemento amenazante y salió, ¡Cucha, cuchaa, cuchaa! Los cuatros machos marcharon de inmediato, ella totalmente inclinada, ella totalmente vencida, miraba cedida al golpe, a la contusión. 
   La tocó, entre el temor de alejarla y ella entre el temor de ser golpeada, dos temores, dos experiencias, dos miradas conmovidas. 

   Abrió la puerta, entró silenciosa, comió luego lo que le brindó, se estiró sobre trapos viejos, como reconociendo de inmediato su lugar. Él sonrío, pensó y pensó un nombre, la observó de nuevo y lo supo, le susurró, -Gaia, ella movió la cola en señal de aceptación.


   Luego de mucho tiempo, la compañía se hacía sentir en un ladrido, el compromiso tenía un nombre, el despertar un nuevo sentido. 

   -Gaia tiene hambre.

                                                                                      Gorrión de papel.






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